29 noviembre 2011

Llegada a Sao Paulo (Viaje a Brasil, II)

Al final fueron más de 8 horas y media de retraso, pero salió el avión con destino a Sao Paulo, 11 horas de vuelo, en un avión incómodo y con menos comodidades que el de otras compañías de coste similar. Y poco más tarde de las 4:30 de la tarde (hora local) llegamos a destino.

La primera impresión de Sao Paulo, desde el avión es ciertamente inquietante, un mar de tejados que se extienden por el horizonte, ocupando todos los huecos posibles, como si un gigante caprichoso hubiera amontonado las casas por el paisaje. Multitud de casas bajas, apiñadas y ocupando todos los recodos, valles y colinas de esta basta ciudad (tiene 11 millones de habitantes, pero la zona metropolitana llega hasta los 20, siendo la ciudad más grande del continente americano). Hay islas de rascacielos en un mar de casas bajas, y grandes avenidas que dan algo de orden a un intrincado dibujo de calles y callejuelas.

Si alguien se esperaba encontrarse las típicas mulatas de anuncio nada más bajar del avión, que se olvide. Sao Paulo es una ciudad que recuerda a muchas otras, con una creciente economía y unos enormes barrios pobres (las fabelas). Aquí ahora es verano, y la gente viste muy parecido a cualquier ciudad española en el verano.

El barrio donde está mi hotel no está mal, muchísimas calles estrechas con mucho tráfico, separadas por grandes avenidas (con más tráfico aún). Hay bastante turismo, y no llamo la atención (cosa que es de agradecer).

Después de acomodarme en la habitación salí a dar una pequeña vuelta, por la calle de Oscar Freire, que según he leído es de las más caras de la ciudad. Pero yo vi una calle estrecha, flanqueada por una mezcla abigarrada de edificios de estilo muy variado, grandes torres y alguna casa que recuerda el estilo colonial, pero me esperaba otra cosa... tendré que esperar a verlo a la luz del día... Por cierto, para empezar bien, he cenado en un restaurante árabe...

Y como comentario para futuros turistas, aquí solo hablan su lengua, el portugués, incluso en el hotel en el que me encuentro (en teoría de 4 estrellas) nadie habla ingles (ni español, evidentemente). Pese a todo no es difícil hacerse entender, aunque a veces llega a ser algo frustrante.

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