Si antes de que fuera derribada en 1909, un visitante entrase en la capilla dedicada a S. Juan Bautista en la Universidad de Valladolid habría visto un viejo sillón sujeto con argollas de hierro a la pared, boca abajo, a bastante altura. Precauciones orientadas a que nadie se sentara en él.
Tras la demolición de la capilla pasaría a incorporarse a la colección del Museo Arqueológico de Valladolid, y ahora el sillón se puede ver como una pieza más del S. XVI en una sala del Palacio de Fabio Nelli, eso sí con una cinta entre los brazos para prevenir que ningún visitante descanse sentado en un sillón de casi cinco siglos de antigüedad.
La historia de este mueble, construido con madera de cedro y asiento y respaldo de cuero, empieza a mediados del S. XVI. En esa época en Valladolid se fundó la cátedra de Anatomía Humana (la primera en España y la tercera del mundo), en virtud de un permiso firmado por el emperador Carlos I. En estos estudios se permitía la disección científica de cadáveres, siguiendo los métodos de anatomía descriptiva de Andrés Vesalio, cirujano de Carlos I. El primer tratado de anatomía en castellano se publicó en Valladolid en la misma época.
En este ambiente se movía el estudiante Andrés de Proaza, un joven de 22 años de origen portugués interesado en los conocimientos anatómicos, que realizaba sus estudios como discípulo de Alonso Rodriguez de Guevara en la Universidad de Valladolid.
En el año 1550 desapareció un niño de 9 años y algunos vecinos denunciaron a Andrés de Proaza, relatando los llantos y gemidos que salían de su vivienda, y los restos de sangre en los desagües que llegaban a un ramal del Esgueva desde allí. Cuando la milicia se presentó por orden judicial a inspeccionar la casa, encontraron el cadáver del niño en el sótano, despedazado, sobre una mesa de madera, por la habitación restos de perros y gatos descuartizados y objetos relacionados con prácticas ocultistas.
Tras someterle a tortura, Proaza admitió que realizó al disección al niño estando aún vivo, y durante el juicio ante el Tribunal de la Inquisición confesó que lo más cerca que estaba de la hechicería era poseer un sillón frailero (como los que usaban los frailes) que había sido fabricado por el mismo Satanás y que un brujo de Navarra le había regalado como agradecimiento por haberle ayudado a escapar de la Inquisición.
Según relató Proaza, cuando se sentaba en este sillón entraba en trance, veía luces sobrenaturales y recibía el conocimiento para el estudio y diagnóstico de enfermedades, así fué como el maligno le sugirió que hiciera la terrible vivisección a un ser humano. También comentó la maldición que acompañaba al sillón, como le indicó su amigo el nigromante navarro. Solamente un médico titulado podía sentarse en él, cualquier otro moriría de forma fulminante a los tres días. De igual manera cualquiera que intentara destruirlo sufriría tal atroz destino,
Andrés de Proaza fue condenado a morir en la hoguera y todos sus bienes fueron embargados y puestos en publica subasta. Pero nadie los quiso, y aunque por dos veces salieron a subasta, nadie pujó, y acabaron almacenados en algún cuarto trastero de la Universidad de Valladolid.
Allí siguieron hasta que que en el S. XIX un bedel descubrió el sillón en una esquina y decidió sentarse en él a descansar. A los tres días lo encontraron muerto, sentado en el sillón. La Universidad contrató a un nuevo bedel, que también apareció muerto sentado en el sillón, justo a los tres días de tomar posesión de su cargo.
En ese momento alguien recordó la maldición que acompañaba al sillón y decidieron colgarlo, boca abajo, en una capilla de la Universidad, de tal manera que nadie pudiera volver a utilizarlo.
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